'Él toma la guitarra. La mira: Está rota. El diapasón estaba partido y le faltaban algunas cuerdas. A pesar de eso (y de algo de polvo por el encierro y algunas rayaduras en la caja) se veía bonita. Brillaba. Se sienta, acomoda la guitarra entre su brazos y pasa los dedos por las cuerdas. Con paciencia y algo de maña afina las pocas cuerdas que quedan. El sol le da justo en la cabeza, despegando el contorno de su cuerpo del fondo y tiñiendo con un halo cinematográfico a la escena. Comienza a tocar melodías sencillas, de un sonido algo apagado por el diapasón roto, pero que eran hermosas por ser suyas. Por salir de sus dedos. De su corazón. Y de esa guitarra rota.
Ella lo mira con amor y un nudo en la garganta y piensa cuánto hay detrás de esa simple acción: tomar algo maltratado que había sido descartado en un rincón y reivindicarlo. Ella sabe que no se trata de arreglarlo, sino de tomarlo así como está. De apreciar esas astillas de la madera partida, de afinar las pocas cuerdas que quedan y de aún así, con esas falencias, poder hacer la más hermosa música. Piensa en cuánto se parece esa guitarra a su propio corazón, y sonríe al saber que está en las mejores manos.'